Cuento inedito, Guillermo Samperio


Casa de cuatro

En aquella casa azulmente putrefacta, según rumoran los del pueblo, habita la locura. La ocupan cuatro personas, si se las puede llamar así, que tentalean el fango de sus almas. Son dos parejas de edad difusa, ya que han visto asomarse a una mujer rubia de cabellos híbridos y a una pelirroja que lleva muy largas trenzas, las cuales se enredan con las hiedras espinosas del muro. Los dos hombres, de aspecto leproso, son gemelos, o hermanos, muy semejantes en sus facciones, la piel manchada. Una criada, de físico rocoso, llega dos veces por semana y sale, con pasos tiesos, a la media noche. Una criada cavernaria, cuyas pisadas resuenan en cada habitación del pueblo para recordarnos a aquellos crápulas y a sus mujeres derruidas, de crepúsculo de moscas revoloteantes.
         Aunque la criada es un espantajo de silencio, su hija, otro ser pedregoso, con sonrisa obtusa, como ángel devastado, suele platicar lo que su madre balbucea entre sueños. Hay un invierno dentro de esa casa; en cada habitación hay un crepúsculo; la vida de los cuatro, si puede llamársela así, se derruye segundo a segundo. Están podridos del corazón y sus almas son ya de mármol cobrizo. Por las tardes, los cuatro andan desnudos, prenden cirios en una habitación enorme con dos camas grandes de madera ya repugnante, colchs y sábanas negras.
No importa quién se acueste con quién: la rubia con el de pelo castaño o la pelirroja con el de cabello oscuro, o a la inversa, o en pirámide. A ellas no les interesa la lepra; al contrario: se alimentan de putrefacción. A ellos les encanta que los cuerpos de ambas se corrompan, pestíferas, enredadas como fieras azules. Ellos prenden inciensos corruptores de gruesas varas y, en ocasiones, dejan puntos ígneos en el cuerpo de las mujeres, en especial en las nalgas y en las tetas caídas. Los cuatro ríen con sonrisas manchadas, agusanadas, murciélagas. El colmo, si hay un colmo en esa casa: ellos, los que parecen hermanos, también dan espectáculo de los cuerpos enredados como serpientes.
Ya sean ellas o ellos, a veces se cuelgan casi hasta la asfixia y, a punto del ahogo, bajan sonrientes. Tienen los cuerpos plagados de heridas derivadas de quemaduras, cortes de navajas, hundimiento de flechas. De disparos de pistolas y rifles. La última vez que estuve, decía la sirvienta en su dormitación, hablaron de colgarse con alambres de púas. En este momento sus cuerpos deben estar balanceándose en la habitación de las camas enormes. Después de media noche, dijeron, llegará el ángel de la negrura a descolgarlos.

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